Ola polar, cortes de gas y una crisis energética desnuda la fragilidad del sistema argentino

«La ola polar que atraviesa gran parte del país dejó algo más que temperaturas bajo cero. Expuso, una vez más, el colapso de un sistema energético sin capacidad de respuesta. Industrias paralizadas, estaciones de GNC cerradas, hogares sin calefacción y decisiones improvisadas desde el gobierno. Todo en el marco de una economía que ya venía golpeada.»

Una crisis energética que se extiende por todo el país

La situación más crítica se vivió en Mar del Plata, donde se produjeron cortes masivos de gas que afectaron miles de viviendas. Allí, la reconexión del servicio debió hacerse de manera manual, regulador por regulador, mientras vecinos pasaban horas sin calefacción en plena ola de frío. Aunque el suministro fue restablecido en los últimos días, lo puntual que quedó es la cruda descoordinación del sistema, y una falla de respuesta real ante la emergencia.

El problema, sin embargo, no se limitó a la costa atlántica. En distintas regiones del país, desde Mendoza y Neuquén hasta Córdoba y el interior bonaerense, se activaron protocolos de emergencia para restringir el gas a industrias y estaciones de servicio, priorizando hospitales, escuelas y usuarios residenciales. Se frenaron exportaciones a Chile y se interrumpieron contratos “interrumpibles”, una figura que permite cortar el servicio a empresas en momentos críticos. En paralelo, las estaciones de GNC dejaron de operar durante más de 48 horas, afectando de lleno al transporte urbano, logístico y comercial, con taxistas y fleteros en fila durante horas buscando una carga que no llegaba.

Industria paralizada, GNC sin servicio y transporte colapsado

El costo económico ya se empieza a sentir. Fábricas paralizadas, comercios cerrados y cadenas de producción detenidas dejaron pérdidas millonarias en un escenario que ya se había tornado difícil de sostener. Lo que para algunos fue una cuestión técnica, para otros fue un freno brusco en la actividad. Empresas que dependen del gas como insumo directo —como las cerámicas, la alimentación o el vidrio— se vieron obligadas a interrumpir operaciones sin fecha clara de reactivación. La incertidumbre, combinada con la caída del consumo y el aumento de tarifas, configura un escenario adverso para el sector productivo.

En el transporte, la interrupción del GNC impactó de lleno. Flotillas comerciales quedaron fuera de servicio, taxis y remises limitaron sus recorridos y el colapso fue visible en las estaciones del conurbano, donde se registraron esperas de hasta cinco horas por una carga mínima.

Una reacción tardía y sin plan estructural desde el Estado

Frente a la emergencia, el gobierno nacional intentó contener la situación con medidas de urgencia. Se convocó al Comité de Emergencia Energética y se autorizó una suba del recargo por zonas frías en la factura del gas. En ese delicado gesto, lo que se narró como «ayuda estructural» para usuarios vulnerables terminó generando más malestar, ya que coincidió con los días de mayor cantidad de hogares sin calefacción. También se anunció la reactivación de licitaciones para obras clave como el Gasoducto Néstor Kirchner, que hoy funciona parcialmente por falta de estaciones compresoras, aunque sin fechas confirmadas ni presupuesto asignado.

Lo que esta ola de frío evidenció es que la arquitectura energética nacional opera al límite. Con una red de distribución sobrecargada, obras clave paralizadas y sin un plan de contingencia concreto, cualquier episodio climático extremo puede convertirse en una crisis de escala nacional. A esto se suma el desgaste de años sin inversión real, sin mantenimiento sostenido y con conflictos políticos que traban la toma de decisiones en el largo plazo.

Políticamente, el impacto también fue inmediato. Intendentes y gobernadores de distintas provincias salieron a exigir respuestas al gobierno central, mientras algunos sectores de la oposición aprovecharon la coyuntura para marcar diferencias en la gestión energética. Desde el oficialismo, en tanto, se intentó minimizar el episodio, adjudicándolo al “consumo excepcional por temperaturas extraordinarias”. Pero ese relato no alcanzó para calmar los ánimos.

Hoy, con el suministro parcialmente restablecido, la pregunta que queda flotando es si aprendimos algo. Si esta vez se tomarán decisiones estructurales o si, como tantas otras veces, el frío pasará y el problema quedará guardado hasta el próximo invierno.